La crítica a los hijos —aunque sea justa y verbalizada de la mejor manera posible por quien la hace— tiene un efecto doloroso que, de una forma o de otra, muchas veces los padres tratan de evitar. Para ello se ponen en juego mecanismos defensivos no conscientes, orientados a negar o disminuir el problema. Sin embargo estos mecanismos a la larga pueden ser muy desadaptativos, a la hora de intentar solucionar los problemas, porque al no haberles prestado atención a tiempo, las dificultades pueden haberse acrecentado y tornarse inmanejables.
En la medida que lo que más se quiere y valoran son los hijos, es imposible permanecer indiferente a las críticas que se formulan acerca de ellos, especialmente cuando se percibe que son criticados en forma descontextualizada o las críticas son realizadas en forma muy agresiva.
Aprender a recibir la retroalimentación negativa en forma menos defensiva puede ayudarnos a resolver los problemas, ya que nos da acceso a información, y, aunque es normal que no nos agrade, puede ser relevante escucharla para educar mejor a los hijos.
Con frecuencia los padres al recibir criticas de los hijos, como una forma de defenderse reaccionan en forma descalificatoria frente a quien las expresa, con comentarios como los siguientes: “¿Cómo se atreve a criticar a mi hijo”? Incluso, si es alguien que no tiene niños, a veces los padres pueden responderle algo tan agresivo como: “Se nota que usted no tiene hijos” o preguntar en forma hiriente: ¿Quién le preguntó lo que piensa?
Esta actitud es comprensible desde el amor que se le tiene a los hijos, pero puede hacer perder objetividad y así los padres no se enteran de aspectos que pudieran estar siendo problemáticos. Muchos de los cuales, de no ser enfrentados a tiempo, pueden tener el efecto de una bola de nieve.
Otras veces las críticas a los hijos los padres la viven o interpretan como una velada crítica a su forma de educarlos. La crítica a los hijos de alguna manera, lleva a una autoevaluación y a preguntarse: ¿habré hecho algo mal para que esto esté pasando? Sentirse culpable no siempre induce a cambiar. Más que defenderse interna o externamente de las culpas, es mejor aplicarse en buscar una solución para salir del problema.
Por ejemplo, si le dicen en el colegio que su hijo está con angustia es mejor pensar cómo enmendar rumbos, de manera de no bombardear al niño con exigencias excesivas que puedan elevar sus niveles de ansiedad.
Crea mucha rabia que nos hagan sentir culpables, pero no conviene cerrar los ojos a los problemas. Otra conducta defensiva frecuente ante las críticas que se hacen sobre los hijos, es negar el problema, quitándole importancia con frases como: ¡La verdad es que no lo veo así. Parece que no estamos hablando del mismo niño! La negación es siempre una mala consejera, porque aleja de la realidad.
Abrirse a escuchar a pedir más información sobre lo que le relatan acerca de su hijo(a) o pedir sugerencias acerca de qué piensa la persona que hace la crítica, de cómo se podría encontrar una solución al problema, puede ser útil.
Si, por ejemplo, una profesora le dice que encuentra al niño muy tímido, pídale de buenas maneras que fundamente su opinión y, finalmente, pídale sugerencias sobre cómo cree ella que se le podría ayudar a superar la timidez.
No se quede pegado en la crítica, evalúe si es verdadera o si es exagerada. Si acepta que corresponde busque soluciones pero no estigmatice a su hijo. Piense que siempre es posible mejorar y cambiar. Buscar consejos o socios para lograr que su hijo cambie puede ser un camino eficiente. Pídale a quien formula la crítica que se sume a sus esfuerzos por educar al niño. Si agrede a quien formula la crítica, lo más probable es que esa persona se aleje y se reste a la posibilidad de ayudar a su hijo.
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Fuente: Neva Milicic
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